Estamos acostumbradas a relacionar la alegría con las circunstancias, de modo que ponemos el foco en modificar las circunstancias en nuestro intento de hacernos felices. Hemos crecido creyendo que lo que tenemos que controlar son los escenarios para que sean propicios y, así, que haya una resonancia interna, una respuesta emocional dentro de nosotras. Para nuestra cultura, la causa de nuestra felicidad está fuera, en el “mundo”. Desde la tradiciones de sabiduría, se nos da la vuelta a la perspectiva y se nos enseña que la verdadera dicha no depende de las circunstancias, que por definición son siempre cambiantes, no se mantienen iguales en el tiempo. La auténtica felicidad solamente nace dentro y es estable. En realidad, la felicidad es nuestra verdadera naturaleza, como un derecho de nacimiento, al cual todas tenemos acceso. Esta perspectiva nos muestra que no hay que ir a buscar nada, no hay que hacer nada; que más que obtener, hay que sacudirse de encima todo aquello que nubla la alegría natural que nos pertenece como fuente que somos de ella.
Y ¿qué es lo que nubla la dicha? El sentido de separación, la percepción errónea de que somos seres separados de todo lo demás. Este sentido de separación está íntimamente ligado a la identificación con el cuerpo. La forma como nos sentimos aislados del resto es sintiéndonos cuerpo, tomando el cuerpo como maquinaria y cárcel de un yo, de un “alma” que habita dentro. Ubicamos nuestro sentido del yo dentro de la cabeza, sin darnos cuenta que esta perspectiva es una creencia que no hemos contrastado con nuestra experiencia verdadera. Os iremos contando cómo descubrir que en realidad nuestro yo no está encarcelado ni aislado, cómo notarlo plenamente de forma amplia, sin límites, en su totalidad. Por ahora, solamente decir que, una vez nos emancipamos de esta creencia limitante, de forma automática, espontánea, surge lo que ha existido siempre, una alegría de ser que se siente de dentro hacia afuera, que no depende del exterior y que es generosa y genuina. No hay causa ni motivo en esta dicha y lo único que podemos hacer con ella es gozarla compartiéndola.
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